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¿Una ética cuántica?
El sufrimiento en el Multiverso

El proyecto abolicionista expone los argumentos a favor de la abolición del sufrimiento mediante la biotecnología y predice que nuestros descendientes posthumanos vivirán felices para siempre a partir de entonces. ¿Se trata de un cuento reconfortante? En cierta medida, sí. Sin embargo, cualquier noción del mundo reconfortante que este escenario pueda inspirar será potencialmente engañosa.

Estas son las tres deprimentes razones de ello:

En primer lugar, en una interpretación del mundo como "universo de bloque", obligada por la teoría general de la relatividad, la era darwiniana ocupa perpetuamente sus correspondientes coordenadas espaciotemporales. No es posible pueden borrar el dolor y el sufrimiento de la vida primordial. En el mejor de los casos, estamos meramente abocados a determinar sus límites. Sigue siendo difícil de alcanzar un pleno conocimiento científico de lo que es el tiempo. No obstante, a menos que se produzca alguna revolución inimaginable en todo nuestro esquema lógico-conceptual, los agentes racionales no pueden extinguir los aterradores eventos que se producen en otro lugar del espacio-tiempo. El pasado es fijo e inalterable. Hay que reconocer que la factibilidad de la retrocausalidad que sugieren los experimentos "de elección retardada" de la mecánica cuántica es una tentadora complicación para esta generalización. Otra complicación adicional es que la cosmología cuántica insinúa que tanto las historias cuasi-clásicas futuras como aquellas del pasado son no-únicas. Pero podemos afirmar con seguridad que ni siquiera el poderoso de nuestros sucesores post-humanos podrá erradicar sus terribles orígenes.

En la práctica, incluso quienes se precian de ser utilitaristas están mucho menos preocupados por las tragedias producidas en lo que llamamos el pasado, especialmente el pasado lejano, que por lo que ocurrirá en el futuro. Esta aseveración sobre la psicología humana se refleja en nuestras actitudes asimétricas respecto a nuestro propio dolor pasado y futuro. Comparemos el dichoso alivio que sentimos cuando salimos del dentista con el pavor que experimentamos al esperar una cita en su consultorio. De la misma manera, los posthumanos maduros, para quienes la era darwiniana será parte del pasado remoto, podrán pensar que el horror del sufrimiento de sus antecesores parece menos importante, "menos real", que el "cielo en la tierra" cotidiano—suponiendo (lo que no es fácil) que la vida futura decida de hecho contemplar los dolores de su propio parto. Sin embargo, independientemente de que se conmemore o se olvide esa atrocidad primitiva, los horrores de la vida darwiniana son una parte integral de la realidad. Y esos horrores no disminuyen con la distancia espacio-temporal. Sub specie aeternitatis, todos los "aquí y ahora" son igualmente reales.

En segundo lugar, nuestra mejor teoría fundamental del mundo es la mecánica cuántica. Y nuestro mejor entendimiento del formalismo cuántico sugiere que vivimos en un "multiverso", más que en un universo clásico. La mecánica cuántica post-Everett [es decir, la ecuación universal de Schrödinger o su análoga relativista sin ningún mal motivado "colapso de la función de onda"] revela la existencia de una multitud de ramas macroscópicas, más que de una única historia singular. El hecho de que la mayoría de estas ramas clásicamente no equivalentes sólo interfieran entre sí mínimamente explica el sobrenombre popular de "muchos mundos", aunque este término puede inducir a error a los incautos. En la gran mayoría de estas ramas macroscópicas del mundo no pueden surgir estructuras complejas, y mucho menos vida sensible; las constantes de acoplamiento de las fuerzas de la naturaleza y otros parámetros "fundamentales" de dichas ramas son inadecuados. Sin embargo, pese a su esterilidad, quedan gúgoles de ramas en las que evolucionan auto-replicadores por la vía de la selección natural. Fundamentalmente, sólo en una pequeña minoría de estas ramas pobladas del multiverso pueden surgir agentes inteligentes capaces de erradicar los sustratos biológicos de su propio sufrimiento. Por ejemplo, en las ramas en las que los dinosaurios terrestres no fueron exterminados por un meteorito, la vida darwiniana de "dientes y garras rojas" probablemente continúa indefinidamente. Esto sucede porque solamente los usuarios de herramientas que emplean el lenguaje pueden llegar alguna vez a comprender los rudimentos de la ciencia y desarrollar luego la biotecnología necesaria para reescribir su propio código genético y rediseñar el ecosistema a escala global. Que sepamos, ningún reptil podrá lograrlo nunca. Ciertamente debemos guardarnos de las ingenuas definiciones antropocéntricas de la inteligencia; pero esta limitación cognitiva excluye la auto-emancipación en la inmensa mayoría de las ramas del multiverso que sustentan la vida.

Plantear esta hipótesis no es afirmar dogmáticamente que sólo los miembros del género homo son los que alguna vez podrían iniciar una transición post-darwiniana. Superar ese cuello de botella puede ser posible por la vía de especies de otros grupos de organismos emparentados gracias al fenómeno de la convergencia. Simplemente, no lo sabemos. Así, por ejemplo, si alguna vez los marsupiales semejantes a los monos evolucionasen en Australia, entonces sería posible que tropezaran con el conjunto de adaptaciones necesarias para liberar sus propios fenotipos, y luego al resto del mundo viviente. Sea como fuere, la gran mayoría de las ramas sustentadoras de la vida del multiverso son inaccesibles a una intervención técnico-científica. Además, dejando de lado los dramas de ciencia ficción de la televisión, no podemos hacer nada por la vida en esta multitud de mundos dejados de la mano de Dios. Las misiones de rescate interestelares son teóricamente factibles si existe vida sensible en algún otro lugar de nuestra galaxia, y tal vez incluso en nuestro supercúmulo local de galaxias. [A menos que nuestro entendimiento de la física sea fundamentalmente erróneo, la expansión acelerada del universo impide una auténtica ingeniería cósmica.] No obstante, no podemos alterar otras ramas de la función de onda universal. La evolución de la función de onda universal es continua, lineal, unitaria y determinista. Podemos abrigar la esperanza de que la física moderna esté equivocada pero, si no lo está, seguimos atascados.

Una de las implicaciones prácticas de la realidad de otras ramas macroscópicas es que nos obliga a emprender una reevaluación sistemática de nuestras nociones de riesgo "aceptable". Reconocer que ciertos resultados deseables son enormemente improbables no impide a la mayoría de nosotros jugar a la lotería nacional. Pero lo contrario no es válido. Así pues, estamos acostumbrados a pensar que diversos escenarios desagradables tienen una probabilidad despreciable, incluso prácticamente nula. Y luego, no los tenemos en cuenta en absoluto en nuestro comportamiento. No obstante, si la interpretación realista de la mecánica cuántica es correcta, todos los eventos físicamente posibles realmente se producen, aunque sólo en ramas de baja densidad de la función de onda universal. Por ello, deberíamos actuar siempre de forma "anormalmente" responsable y conducir nuestro coche no sólo lentamente y con precaución, sino, por ejemplo, ultra-precavidamente. Esto es así porque deberíamos intentar reducir al mínimo el número de ramas en las que podemos lesionar a alguien, aunque, en rigor, sea inevitable dejar un rastro de destrucción. Si un conductor no deja un rastro (de baja densidad) de destrucción, la mecánica cuántica es falsa. Es necesario poner en práctica en todo el mundo esta reevaluación sistemática del riesgo éticamente aceptable. La teoría de la decisión post-Everett debería contar con una sólida base institucional, de investigación y socioeconómica, y no sólo ser seguida individualmente por los everettistas responsables. Las ramificaciones de la interpretación de la mecánica cuántica realizada por Everett son demasiado trascendentales como para ser objeto solamente de la iniciativa privada. Nuestras intuiciones morales fallan porque la selección natural nos ha equipado para lidiar con un mundo clásico y no con un multiverso. Los seres humanos tienden a descartar los riesgos "remotos" juzgando que la probabilidad de tales eventos es igual a cero. En última instancia, tal vez la toma de decisiones ética debería ser efectuada por supercomputadoras cuánticas que realicen un cálculo felicífico. En todas las ramas de los mundos la ética cuántica puede ser informáticamente demasiado difícil, incluso para cerebros post-humanos perfeccionados. En efecto, se debe destacar que la interpretación de Everett sobre el estado relativo de la mecánica cuántica no postula que "todo es posible". La estructura en ramas del multiverso precisamente replica las probabilidades predecidas por la regla de Born. No existen ramas que sustenten civilizaciones en el centro del Sol. Tampoco existen ramas en las que, por ejemplo, una de las religiones del mundo es la verdadera (algo distinto a que se crea que es verdadera): la interpretación de Everett no es una forma de magia. Pero la función de onda universal sí codifica mundos-infierno que superan nuestras peores pesadillas, aunque en una baja densidad.

Tal vez también valga la pena señalar que muchos físicos aún no aceptan la interpretación de Everett o, como mínimo, de momento no se pronuncian al respecto. Sin embargo, característicamente, esto se debe a la incredulidad frente a lo que nos dicen las ecuaciones [y las pruebas experimentales], no porque exista prueba alguna de que la mecánica cuántica falla a escalas grandes.

En tercer lugar, la física teórica contemporánea insinúa que incluso el multiverso de la mecánica cuántica de Everett no agota ni siquiera remotamente la totalidad del sufrimiento. Porque pueden existir gúgoles de otros multiversos. El sufrimiento puede existir en otros dominios post-inflacionarios mucho más allá de nuestro cono de luz; y en incontables otros "universos de bolsillo" en variantes del escenario de la inflación caótica eterna de Linde; y en innumerables universos de padres e hijos según la hipótesis de la selección natural cosmológica de Smolin; y entre unos pocos gúgoles de los otros sup>500+ diferentes vacíos de la teoría de las cuerdas; e incluso en innumerables hipotéticos "cerebros de Boltzmann", fluctuaciones del vacío en el (muy) distante futuro de "nuestro" multiverso. Estas posibilidades no son mutuamente excluyentes. Tampoco son exhaustivas. Así, por ejemplo, algunos teóricos insisten en que vivimos en un universo cíclico, y que el Big Bang [gran bang] realmente es el gran rebote.

Indudablemente, las teorías mencionadas son especulativas. Están muy alejadas de nuestra experiencia cotidiana. Incluso si una o varias de estas teorías fuese correcta, estamos implícitamente tentados a creer que el sufrimiento de seres sensibles que ocupan dichos reinos es (de alguna manera) menos real que el nuestro: las teorías metafísicas implican, en cierto sentido, sólo un sufrimiento metafísico. Sin embargo, desestimar el sufrimiento que estas teorías implican sería erróneo, por no decir complaciente. En caso de que cualquiera de las anteriores hipótesis fuera sustancialmente verdadera, el sufrimiento de las correspondientes víctimas no sería menos real que el nuestro. Por otra parte, en el caso de otras ramas de "nuestro" multiverso, es debatible si esas ramas incluso son "metafísicas". No es sólo que existen teorías bien confirmadas que implican su existencia. En sentido estricto, los efectos de interferencia desde otras ramas cuasi-clásicas nunca desaparecen; simplemente se van esfumando. En principio, los efectos de interferencia entre "mundos" diferentes se pueden cuantificar mediante funcionales de decoherencia. Inferir su existencia real no es una mera especulación filsofósica.

* * *

Frente a esta insondable inmensidad de sufrimiento, una mente compasiva puede llegar a sentirse moralmente traumatizada, petrificada por la absoluta enormidad de todo ello. Los gugolplexos de holocaustos son demasiado alucinantes para ser contemplados. Debemos llegar a la conclusión de que la cantidad de sufrimiento en la realidad debe de ser infinita - y, en consecuencia, cualquier intento para reducir al mínimo ese sufrimiento infinito aún dejaría tras sí una cantidad infinita. El sentido de la urgencia moral corre el riesgo de sucumbir ante un fatalismo desesperanzado.

Por suerte, este derrotismo moral es prematuro. Porque no está del todo claro que la infinitud realizada físicamente sea una noción dotada de sentido cognitivo. Los infinitos que aparecen en las ecuaciones de la física teórica hasta ahora siempre han resultado ser viciosos; y conducen a resultados sin sentido. Las dudas sobre la infinitud plasmada físicamente surgen no porque uno presuma de "decir a Dios [o al Diablo] cómo construir el mundo", sino por las dudas de que la afirmación de la infinitud plasmada físicamente esté bien definida o que sea inteligible siquiera. Admitimos que algún tipo de platonismo "como si" - y un "paraíso de Cantor" [o bestiario de demonios] - puede ser matemáticamente fructífero. No obstante, es dudoso que la realidad incluya objetos abstractos de algún tipo, y mucho menos una ontología de infinitos plasmados físicamente, grandes o pequeños. Si, de hecho, la realidad es finita y no infinita, es de esperar que el sufrimiento en el mundo sea infinitesimal comparado con un sufrimiento verdaderamente infinito. Debemos, pues, estar agradecidos, porque podría haber sido peor. No obstante, la enormidad de ese sufrimiento que indudablemente existe continúa desafiando la comprensión humana. Es una suerte que no podamos aprehender las potenciales implicancias para el mundo real de nuestra propia notación.

El tenor de esta narración podrá ser impugnado por muchos filósofos no utilitaristas. ¿Por qué centrarse exclusivamente en el sufrimiento? ¡Alegrémonos! La vida tiene tantas otras cosas. ¿Por qué no pensar en las alegrías de la vida? Los optimistas por temperamento tenderán a tener pensamientos congruentes con su estado anímico sobre la plenitud de los milagros insospechados que comporta la visión expandida de la realidad que nos brinda la física moderna, más que a centrarse en el aspecto desagradable de la existencia. Pero para un utilitarista la importancia relativa de algo no es un simple juicio de valor subjetivo, sino una cuestión de hecho objetiva, que forma parte de la naturaleza misma del mundo. Lo que más cuenta moralmente es la intensidad emocional extrema de la experiencia. Dado que los extremos del sufrimiento eclipsan a los placeres mundanos de la vida darwiniana, deberían dominar cualquier bosquejo descriptivo de sus características. Y la vida darwiniana es, estadísticamente, mucho más corriente en el multiverso que la vida post-darwiniana.

Un utilitarista clásico podría responder que es más adecuado centrarse en las glorias inimaginables de nuestros descendientes superfelices que pensar demasiado en la atrocidad de la vida darwiniana. Es cierto que las ramas que sustentan una tal superfelicidad sublime pueden no ser representativas de la vida sensible en la totalidad del multiverso, aunque las cifras se complican cuando la superinteligencia, hipotéticamente, convierte el universo accesible en un dichoso computronium. Sin embargo, suponiendo que la intensidad del bienestar de la superdicha posthumana sobrepase, posiblemente en varios órdenes de magnitud, la conciencia comparativamente tenue de las mentes ancestrales, esa superdicha también es mucho más importante que la tenue conciencia darwiniana. Consecuentemente, la superdicha posthumana es lo que debería dominar en nuestro discurso. Análogamente, toda historia de la vida contemporánea en la tierra se debería centrar no en la desmesurada cantidad de escarabajos, sino en los seres humanos. El utilitarista negativo, para quien la reducción del sufrimiento es la prioridad moral absoluta, lógicamente pensará que esta respuesta es insatisfactoria. No hay nada de tenue en la conciencia darwiniana, por ejemplo, para un padre doliente que acaba de perder a un hijo. O bien, siendo más prosaicos, en un dolor de muelas.

Esta discusión contiene una suposición controvertida que, si se echa por tierra, hará que la historia aquí bosquejada sea aún más negra. La suposición controvertida es que cuando los agentes inteligentes hayan alcanzado los medios técnicos para abolir los sustratos biológicos del sufrimiento, casi siempre lo harán. Así pues, por implicación, el sufrimiento quedará abolido en la gran mayoría de las ramas en las que los humanos [o sus homólogos funcionales] descifren su propio código fuente genético y desarrollen la biotecnología. Es de hecho inevitable una subsiguiente rama transversal de revolución reproductiva con bebés de diseño. Esta generalización puede parecer una predicción extraordinariamente temeraria. Hacer previsiones ya es lo suficientemente peligroso, incluso para un monomundista clásico. Predecir que un escenario muy especulativo (es decir, la abolición del sufrimiento) terminará produciéndose en la mayor parte de las ramas de los mundos macroscópicos, con habitantes que alcanzan nuestro nivel de desarrollo tecnológico, y contrariamente, predecir que solo una pequeña cantidad menguante de ramas conservará indefinidamente el sufrimiento, puede parecer extremadamente insensato. Tal vez lo sea. Recordemos cómo la opiofobia sigue retrasando el tratamiento médico incluso del dolor "físico". Supongamos, en cambio, que es válida la analogía con los anestésicos. Después del descubrimiento de la anestesia general, su uso quirúrgico fue muy discutido durante un par de décadas. Pero la cirugía sin dolor pronto se aceptó universalmente. En nuestro estado de ignorancia actual no existe una manera de calcular con rigor la densidad de probabilidades de las ramas del multiverso en los que la anestesia se ha descubierto y rechazado. En el peor de los casos, se podría decir que esta proporción de ramas en extremadamente pequeña. Las ramas en las que los gobiernos ilegalizan la cirugía sin dolor no son sociológicamente creíbles. Lógicamente, la abolición de la aflicción psicológica es un tema menos netamente definido que el de la anestesia. Las tecnologías para eliminar el sufrimiento mental están en pañales. Pero imaginemos que en el futuro se puedan convertir en algo tan técnicamente limpio y satisfactorio como la anestesia quirúrgica. ¿En cuántas de esas ramas algunos o todos rechazarán indefinidamente la supersalud mental? También en este caso se podría argumentar (aunque aquí no intentaremos hacerlo) que serán poquísimas. Desgraciadamente, la proporción de ramas sustentadoras de la vida del multiverso cuya especie dominante alcance ese nivel de desarrollo técnico también es ínfima. Así pues, el éxito local previsto del proyecto abolicionista por el que aquí se aboga no es una noticia tan maravillosa como suena.

¿Cuáles son las lecciones prácticas, si las hubiere, que han de extraerse de este sombrío análisis de la realidad? Presupongamos, en todo caso provisionalmente, una ética utilitarista. El proyecto abolicionista es una consecuencia natural de ella, como mínimo en nuestro rincón pueblerino del espacio de Hilbert. Cuando se complete, si es que no antes, deberíamos orientarnos a desarrollar la superinteligencia, para maximizar el bienestar de la porción del cosmos accesible a una intervención benéfica. Y cuando estemos seguros, totalmente seguros, de que hemos hecho literalmente todo lo posible para erradicar el sufrimiento en todas partes, tal vez deberíamos olvidarnos de que existe.

David Pearce (2008)
with many thanks to translator Pablo Grosschmid
original English version "Suffering in the Multiverse" here.
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